A diferencia de los paneles solares térmicos, la energía fotovoltaica basa su funcionamiento en la luz. Eso significa que en esta tecnología es capaz de aprovechar tanto la radiación directa, la difusa en la atmósfera, como la reflejada desde el propio suelo. Por este motivo los días nubosos las aplicaciones fotovoltaicas siguen funcionando (a pesar de que su capacidad de producción puede verse afectada).
La suma de toda esa energía solar incide sobre el material semiconductor (que suele ser silicio debido a la gran abundancia de este elemento), un material capaz comportarse como un conductor eléctrico si recibe suficiente energía. En caso de que sea así, los electrones que forman sus enlaces covalentes pueden desprenderse para formar un corriente eléctrico.
Cuando decimos que la tecnología fotovoltaica es una tecnología ya madura no solamente nos referimos a la evolución que ha sufrido a lo largo de los años (la eficiencia de la célula fotovoltaica ha aumentado desde un 1% el año 1883 hasta un 18% a día de hoy). Decimos esto debido a la disminución progresiva de coste de dicha tecnología, que permite amortizar la inversión en muy poco años.
No solamente el coste de la potencia instalada ha disminuido de manera muy significativa (hasta un 80% desde 2009 hasta 2015) también lo ha hecho el coste de los dispositivos necesarios para su utilización (inversores, cableado, etc.), el coste de su fabricación y el mantenimiento de los equipos.
Además las previsiones dicen que el precio de la tecnología fotovoltaica seguirá bajando en los próximos años. Por ello podemos disponer de una tecnología puntera en generación de energía a un coste mínimo.